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Todo comenzó en aquella primavera del ’93, la niña Irene cumplía 7 años. Sin haber pedido semejante tortura, sus padres osaron preocuparse por ella –acto excepcional tomando en cuenta esa situación familiar tan peculiar- y le hicieron “la fiesta de cumpleaños”. Y entre el payaso, que si el juego de las sillitas, la maquillista que te hacía un garabato para que te creyeras Blanca Nieves, Aurora o alguna de esas princesas de cuento, el pastel betunoso con colorante artificial, la mesa de regalos inoportunos e inútiles, Irene optó por abandonar la parafernalia consumista y se refugió en su recinto sagrado, la casita. Color palo de rosa, con ventanales lilas y alfeizares blancos para poner los pays de manzana recién horneados, una cocineta equipada con una serie de sartenes con mango rosa y un corazón en la punta, perfectos para cocinar esos huevos estrellados prefabricados que venían incluidos con el set de utensilios. En el centro de la pequeña casa estaba la mesa o desayunador, dependiendo de la hora, donde un florerito de barro traído de Oaxaca exhibía unas rosas con rocío de silicón, un detalle sublime para maravillar a los invitados con tan dulce aroma. Y si algún día las cosas se ponían feas, o le quería gritar a alguno de sus amigos imaginarios por haberla dejado plantada para tomar el té, contaba con el teléfono portátil de Fisher Price, que podía recrear un sinfín de frases, de las cuales la pequeña Irene sólo comprendía la mitad por su escaso conocimiento de inglés. Una vez dentro de aquél paraíso polimerizado, Irene soltó a llorar. Esa no era su celebración, ella era otro de los pequeños artefactos para causar pseudoalegría y redimir culpas de una mala paternidad. Si llama ahora podrá adquirir el paquete especial de cumpleaños Fisher Price número 4, festejada incluida. El dinero no lo compra todo. El dinero no le llega al precio de su felicidad. Ni sus escasos años transcurridos la van a cegar ante esta náusea tan trémula. Y aquella bola de pendejos que se divertían afuera de su refugio utilizándola como pretexto le causaban repulsión. Repulsión y urticaria. Irene cerró los ojos muy fuerte, pensando que mientras más duro apretara sus párpados, más rápido iban a despertar de esa pesadilla.
1 comentarios:
il n`y a pas de riot (o algo asi)
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