Adivina Quién

La señora D. sale a comprar flores. Se coloca una pañoleta sobre su rojizo cabello y porta unas gafas oscuras. No le dio tiempo de maquillarse. Toma las llaves, no olvida llevar su gabardina verde olivo. La cena es en la noche y no tendrá tiempo suficiente de preparar el asado a menos que salga a estas horas de la mañana. Baja las escaleras del edificio, un paso tras de otro. Cavila sobre la organización de invitados, ¿qué colores deberán tener las flores para que haya ese delicado equilibrio de jueves nocturno? Llega al zaguán, inserta la llave plateada, tres vueltas y ya está en la calle. Camina detrás de una pareja. Sus siluetas la llenan de curiosidad. Él, alto y de cabello castaño oscurísimo. Una mano rodeando la cintura de ella. Ella, esbelta y pequeña, rizos dorados cayendo por su abrigo. ¿Qué sueños tienen? ¿Cómo son cada mañana al despertar? ¿Prefieren el asado o un platillo francés? ¿Gustan de ir al cine los martes por la noche? ¿Vacacionan en la ribera francesa o se jactan de ser trotamundos?

Después de dos cuadras dan vuelta a la derecha, entran a un café y la pareja desconocida desaparece de la mente de la señora D., quien vuelca sus pensamientos de nuevo sobre la cena. Tiene frío, levanta un poco el cuello de su gabardina para protegerse del viento. Recuerda las caras de sus invitados, han pasado ya dieciséis años. ¿Qué tanto habrán cambiado? Le aterra pensar en un evento lleno de silencios y miradas nostálgicas. ¿Asistirán todos?

De los viejos tiempos había invitado a casi todos, el señor H. junto con su mujer, C. quien prometió llevar a su prometida, M, quien había sido su confidente y mejor amiga en esa época, incluso R. había confirmado. El grupo estaba casi completo. Pero la señora D. sabía que extenderle la invitación a P. era una aberración. Aquél que había cometido tanto crimen sin siquiera razonarlo. Un aroma a vino tinto y esos ojos que la volvieron loca por tantísimo tiempo. No, no, él no podría estar en la lista. Jamás. Ni en la lista, ni en coincidencias. Nada de accidentes del destino, P, la había dejado. Maestro en el olvido, se dio la vuelta y no volvió jamás a su lado. La señora D. intentaba no recordarlo, pero esta reunión le causaba todo lo contrario. El dolor no tiene memoria. Sonrió ante su atinada idea. Sí, el dolor no tiene memoria, reiteró para sus adentros y entró a la florería. Caminó entre irises, tulipanes y rosas de tallo largo. Había ya descartado margaritas, claveles, crisantemos y petunias. Se decidió por unos sobrios alcatraces y un ramo de astromelias para el jarrón del corredor. Se formó detrás de una mujer mayor, su cabello blanco y un olor a agua de rosas con comida para minino. ¿Vivirá sola? ¿Habrá encontrado el amor? ¿Tendrá nietos que vayan a visitarla de vez en cuando? ¿Qué la hizo optar por llevar esas amapolas tan costosas? El empleado le envolvió el pedido a la anciana y ésta salió por la puerta sin mirar atrás. La señora D. empezó a repasar todos los pendientes que le faltaban por llevar a cabo. Respiró profundamente para darse ánimos, el cajero le indicó la cantidad a pagar y cuando se disponía a sacar el dinero de su bolso, una voz criminal que conocía a la perfección le susurró por detrás: adivina quién.

February

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(I promise February will be different)